lunes, 17 de agosto de 2009

LAICO, PERO NO LAICISTA - Antonio Perez Esclarín

Estoy totalmente de acuerdo en que el Estado sea laico, respetuoso de todas las religiones, sin identificarse con ningún credo concreto, pero tampoco con ninguna ideología. Eso supone respetar a los que profesan religiones distintas y también a los que tienen pensamientos políticos diferentes. No puedo por ejemplo entender y va contra la esencia de la laicidad que los voceros de un Gobierno laico insulten, agredan o demonicen a los que piensan diferente o incluso a los representantes de una determinada Iglesia simplemente porque levantan sus voces de alerta sobre lo que ellos consideran va contra la Constitución o los derechos humanos. Creo que, en lugar de ofenderlos, deberían escucharlos y dialogar con ellos y debatir con argumentos sus razones. Muchos de los que hoy claman porque las iglesias se encierren en las sacristías, condenan los silencios de las iglesias por no haber denunciado con más valor los abusos de las dictaduras. Todavía la Iglesia alemana está padeciendo de la vergüenza de no haber condenado a tiempo y con mayor valor las desorientaciones del nazismo, y el anticlericalismo que impera soberano en España tiene como consecuencia en gran parte, la alianza del franquismo con la iglesia católica.
El verdadero laico es una persona tolerante, capaz de dudar de las propias certezas, opuesto a cualquier tipo de fanatismo, sectarismo e intolerancia. Laico es quien sabe abrazar una idea sin someterse a ella, quien sabe comprometerse políticamente conservando su independencia crítica; quien está libre de la necesidad de idolatrar, quien no se engaña a sí mismo encontrando mil justificaciones ideológicas para sus propias faltas, quien está libre del culto a sí mismo y no tolera que se endiose a nadie. El laico es un desmitificador de todos los ídolos (por supuesto, también de los políticos), que respeta todas las religiones y se opone a la identificación del Estado con cualquiera de ellas, o a que la política se convierta en una especie de religión profana con sus ídolos, su predicador estrella, sus monaguillos que levantan el brazo y bajan la cabeza, sus santos, sus demonios, sus herejes, sus inquisidores, sus dogmas, su intolerancia, su culto. El mismo acto en que se promulgaba la Educación como laica y se reafirmaba el papel del Estado como laico fue un acto eminentemente antilaical, expresión del dogmatismo y del fundamentalismo, manifestación evidente de un espíritu laicista, que es la perversión del verdadero espíritu laical, como el clericalismo es la perversión del auténtico espíritu religioso.
El laicismo significa arrogancia, altanería, desprecio del pensamiento diferente y de toda religión, si se opone a mi fundamentalismo religioso profano, que con frecuencia se llena de prácticas supersticiosas, de idolillos, o incluso está cercana al primitivismo de la brujería como podrían serlo ciertas prácticas de santería. Por ello, a pesar de que lo diga la recién aprobada Ley de Educación, dudo yo mucho que la educación vaya a ser verdaderamente laical, es decir, respetuosa, tolerante, crítica y autocrítica, alejada de todo adoctrinamiento, de toda manipulación, de todo lo que suponga perseguir al diferente. ¡Ojalá lo fuera! Yo me considero católico y laico, y creo que los que de algún modo nos esforzamos por llegar a ser cristianos como decía Rahner, es decir, testigos y fieles seguidores de Jesús, nos va a tocar luchar porque la educación sea verdaderamente laica, lo cual, posiblemente, nos traerá problemas, descalificaciones y hasta persecuciones. No olvidemos que Jesús fue también un laico y que fue perseguido y crucificado por oponerse por igual al clericalismo dogmático de la gente religiosa que había olvidado las necesidades del prójimo, pero también a la religión del Estado romano que imponía el culto al emperador y no permitía cualquier idea que pusiera en peligro su poder omnipotente y sus leyes de dominación.
Una última cosa: me dio mucha tristeza y dolor escuchar al diputado Javier Arrúe decir que había que sacar a patadas de las escuelas al Dios del Monseñor Urosa, porque era el mismo Dios de Bush, para posibilitar que entrara el Dios de Monseñor Romero. A parte de la crueldad que supone identificar a nuestro Cardenal con Bush e insinuar que estaba de acuerdo con sus atropellos y desmanes, dudo mucho que Monseñor Romero estuviera de acuerdo con que se utilizara su figura para ofender y más aún a un hermano suyo. Y los diputados que aplaudieron las palabras de Javier Arrúe, ¿de verdad que sintonizan con las palabras y vida de Monseñor Romero, o fue sólo un intento de utilización político-religiosa de su persona?

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